En aquellos días, un hombre desorientado se encontraba frente a dos
caminos y no sabía cual lo llevaría al lugar que deseaba. Una anciana
que llevaba una pesada canasta, con sus vestidos algo raídos y sandalias
llenas de barro, le preguntó: -Buen hombre, parece algo perdido. ¿Puedo
ayudarlo? El hombre, viendo el aspecto de la mujer, pensó que la pobre
no era muy indicada para asesorarlo sobre su travesía. Sin darle
demasiada importancia, le dijo: -No, gracias- y empezó a caminar por el
sendero que parecía más transitado. La anciana agachó la cabeza,
mientras el hombre siguió caminando sin mirar hacia atrás. Ya comenzaba a
caer la noche y el hombre se encontró que el camino terminaba en un
acantilado del que se veía colgar un pequeño puente. Mientras se
acercaba, se dió cuenta que no podría cruzar porque los maderos que aún
colgaban estaban demasiado deteriorados. Entonces decidió acampar cerca
del lugar para pasar la noche, ya que estaba oscuro para volver. No
podía sin embargo conciliar el sueño, estaba enojado por su mala suerte.
Al amanecer se dispuso a regresar y probar por el otro camino.
Tenía
hambre y sed, pero no encontraba ningún fruto en los árboles que le
dieran sustento, mas siguió caminando. llegar a la bifurcación de los
caminos, volvió a encontrarse con la anciana e intrigado comentó:
-Señora, no me diga que el otro camino tampoco conduce a ningún sitio.
La mujer le contestó: -Sí, buen hombre, ese camino conduce al valle de
la abundancia. El hombre volvió a decir: ¡Ah! ¿Usted ya está regresando
de allí?. La anciana le contestó: -Hace mucho tiempo que he regresado de
allí, sólo estoy aquí cada día para ayudar a los peregrinos. La mujer
sacó una manzana de su canasta y la ofreció al caminante que agradecido
sonrió y saludó cortésmente. Nadie puede elegir por ti el camino pero
siempre encontraremos señales que nos ayuden a tomar la mejor decisión.
Anda cauto y sin prejuzgar ya que nadie se cruza en tu vida por
casualidad.